miércoles, 21 de febrero de 2007

DON NICO I

Don Nico nos recibió en el aeropuerto con un folio entre sus dos manos, a la altura del pecho, donde estaba escrito mi nombre en mayúsculas. Apretó mi mano con su mano ancha y una gran fuerza, a la vez que nos ofrecía la mejor de sus sonrisas.

Nos ayudó a subir las maletas a la parte de atrás del Mitsubishi pick up que conducía. Serían alrededor de las tres de la madrugada, subimos al todoterreno y nos llevó en busca de un hotel en Ciudad de Guatemala.

Desde que nos vimos, hasta el día que nos despedimos, no dejó de hablar, cosa que siempre he agradecido. Esa locuacidad fue como un curso intensivo sobre la Guatemala real. No sé al final cuántas horas estaríamos juntos, pero puedo afirmar que lo que aprendí con él, no lo aprendí ni con los medios de comunicación ni con las personas importantes con las que tuve la suerte de compartir parte de mi tiempo en ese país. He de decir, en honor de todos ellos, que también me enseñaron, y que guardo un agradable recuerdo de todos ellos.

Si tuviera que definir el carácter de este gran hombre con una sola palabra elegiría la alegría. Pero, como puedo describirlo como lo vi, también la tenacidad era fiel compañera suya. Tenía, asimismo, la listeza de aquel que ha tenido que vivir en la escasez y también el sentido común de los sencillos.

Para mí encarnaba perfectamente la figura de Sancho Panza.

Bueno, iniciamos el primer viaje con este coche y con este conductor, de los muchos que haríamos en los siguientes días. Este primer tramo de “manejo”, que es sinónimo de conducción, ya nos mostró las dotes de Fittipaldi de Don Nico. Con cada curva nos íbamos al lado correspondiente a las leyes de la inercia, y, como las suspensiones del todoterreno, ya de por sí duras, tenían tantos años como el coche, los saltos que dimos me recordaron mi infancia en un tiovivo, sólo que un poco más violentos.

Desde el aeropuerto hasta el hotel nos fue informando de la agenda del día siguiente. Una agenda que se ceñía a la hora en que nos esperaban en Quetzaltenango. Pero, debido a que al día siguiente los maestros de la escuela pública tenían previsto bloquear la capital, debíamos salir de madrugada. Tremendo, eran sobre las tres de la mañana, debíamos salir antes de las seis y media, total, después de 18 o 20 horas por el mundo, con el cambio horario de por medio, podíamos dormir dos horas, era un excelente comienzo.

Este primer trayecto, de apenas una hora, fue suficiente para mostrarnos las dotes de gran orador que poseía nuestro amigo.

Al final llegamos a un hotel, en un callejón oscuro y con un patio interior donde aparcar el vehículo.

Cuando nos despertamos, bajamos a desayunar y allí estaba ya Don Nico silbando y con su gran sonrisa: ¿Qué tal?, pues con un montón de sueño....

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